- Contribución enviada por Rocío Sánchez / 25 años / periodista.
Hoy sí tengo algo que decir. Hoy, a un año de que Alfredo Jiménez Mota fue arbitrariamente acallado, todos tenemos mucho que decir. Tal vez sean sólo unas líneas, quizá mucho menos de lo que él (si continúa con vida, por qué no aclararlo) quisiera escribir, tal como lo hacía en su labor cotidiana, pero supongo que de algo servirá no olvidar que sus palabras siguen faltando en el periódico. 366 días han pasado desde que este reportero del diario “El Imparcial”, de Hermosillo, desapareció “sin dejar rastro”, o al menos ese es el argumento oficial para que las autoridades hayan dejado pasar tanto tiempo sin dar siquiera un dato, una lejana sospecha de su paradero.
El joven periodista (nació el mismo año que yo, en 1980) cometió dos garrafales errores. El primero, investigar actividades del narcotráfico en una de las violentas ciudades fronterizas en las que al parecer no hay nadie suficientemente calzonudo como para poner orden. O les vale madres, quién sabe. Pero el segundo error es el que más me preocupa, a mí y a los cien diarios que hoy, lunes 3 de abril, publicaron un reportaje para evitar a toda costa que se olvide esta desaparición sin aclarar. Su segundo error fue haber sido reportero en este, el sexenio del cambio.
La libertad de expresión ha sido algo de lo que el gobierno de la risa y el chascarrillo se ha pavoneado. Vicente Fox nos recuerda a cada momento que “la libertad de expresión no es una concesión del gobierno, es algo que los mexicanos se han ganado a pulso y de lo que ahora gozan”. Si con libertad de expresión se refiere a la no intervención de su gobierno en la censura, puede ser que haya disminuido en ciertos círculos y en cierta medida. Aunque ahora, cuando está por publicar la Ley de Radio y Televisión, habría mucho que cuestionar sobre la no injerencia.
Pero lo más grave es la libertad de expresión entendida por el panista como un “si te vi, ni me acuerdo” a los derechos humanos de los trabajadores de la información. Desde aquel fatídico “¿Y yo por qué?” al exigírsele que interviniera en el asalto cometido por TV Azteca al añorado Canal 40 se vislumbraba una total ignorancia de cuál es su papel como rector del espectro radioeléctrico de este país.
Si eso respondía ante el ataque a una estación de televisión (que finalmente es en lo primero que se piensa al decir “medio de comunicación” y lo que más dinero deja), ¿qué se podía esperar que dijera cuando un simple mortal, un reportero, desaparece del mapa por andarse poniendo con Sansón a las patadas? ¿Dónde está la indignación que debería mostrar Vicente Fox ante un artero golpe contra la verdadera libertad de expresión? Es cierto, Alfredo Jiménez Mota no fue silenciado por el gobierno, pero éste ha dejado pasar 366 días sin mover un solo dedo (¿ni por mera curiosidad?) para intentar saber dónde demonios está.
Quizás Alfredo cometió otro error. Tal vez se equivocó al no rendirse a tiempo, al no darse por vencido antes de que algo le pasara, tal como lo hizo el equipo de “El Mañana”, de Nuevo Laredo, donde después del ataque sufrido en sus oficinas decidieron que ocho columnas no valían la vida de uno de sus reporteros. O quizá no fue un error. Quizá en ambos casos las decisiones fueron las correctas. La de Alfredo, tratar de desenmascarar una más de las cloacas del crimen organizado; la de “El Mañana”, dejar de alimentar a ese pútrido monstruo que ha corrompido e intimidado, al parecer, hasta a las más altas esferas de la estructura social.
Hoy sí tengo algo que decir. Hoy, a un año de que Alfredo Jiménez Mota fue arbitrariamente acallado, todos tenemos mucho que decir. Tal vez sean sólo unas líneas, quizá mucho menos de lo que él (si continúa con vida, por qué no aclararlo) quisiera escribir, tal como lo hacía en su labor cotidiana, pero supongo que de algo servirá no olvidar que sus palabras siguen faltando en el periódico. 366 días han pasado desde que este reportero del diario “El Imparcial”, de Hermosillo, desapareció “sin dejar rastro”, o al menos ese es el argumento oficial para que las autoridades hayan dejado pasar tanto tiempo sin dar siquiera un dato, una lejana sospecha de su paradero.
El joven periodista (nació el mismo año que yo, en 1980) cometió dos garrafales errores. El primero, investigar actividades del narcotráfico en una de las violentas ciudades fronterizas en las que al parecer no hay nadie suficientemente calzonudo como para poner orden. O les vale madres, quién sabe. Pero el segundo error es el que más me preocupa, a mí y a los cien diarios que hoy, lunes 3 de abril, publicaron un reportaje para evitar a toda costa que se olvide esta desaparición sin aclarar. Su segundo error fue haber sido reportero en este, el sexenio del cambio.
La libertad de expresión ha sido algo de lo que el gobierno de la risa y el chascarrillo se ha pavoneado. Vicente Fox nos recuerda a cada momento que “la libertad de expresión no es una concesión del gobierno, es algo que los mexicanos se han ganado a pulso y de lo que ahora gozan”. Si con libertad de expresión se refiere a la no intervención de su gobierno en la censura, puede ser que haya disminuido en ciertos círculos y en cierta medida. Aunque ahora, cuando está por publicar la Ley de Radio y Televisión, habría mucho que cuestionar sobre la no injerencia.
Pero lo más grave es la libertad de expresión entendida por el panista como un “si te vi, ni me acuerdo” a los derechos humanos de los trabajadores de la información. Desde aquel fatídico “¿Y yo por qué?” al exigírsele que interviniera en el asalto cometido por TV Azteca al añorado Canal 40 se vislumbraba una total ignorancia de cuál es su papel como rector del espectro radioeléctrico de este país.
Si eso respondía ante el ataque a una estación de televisión (que finalmente es en lo primero que se piensa al decir “medio de comunicación” y lo que más dinero deja), ¿qué se podía esperar que dijera cuando un simple mortal, un reportero, desaparece del mapa por andarse poniendo con Sansón a las patadas? ¿Dónde está la indignación que debería mostrar Vicente Fox ante un artero golpe contra la verdadera libertad de expresión? Es cierto, Alfredo Jiménez Mota no fue silenciado por el gobierno, pero éste ha dejado pasar 366 días sin mover un solo dedo (¿ni por mera curiosidad?) para intentar saber dónde demonios está.
Quizás Alfredo cometió otro error. Tal vez se equivocó al no rendirse a tiempo, al no darse por vencido antes de que algo le pasara, tal como lo hizo el equipo de “El Mañana”, de Nuevo Laredo, donde después del ataque sufrido en sus oficinas decidieron que ocho columnas no valían la vida de uno de sus reporteros. O quizá no fue un error. Quizá en ambos casos las decisiones fueron las correctas. La de Alfredo, tratar de desenmascarar una más de las cloacas del crimen organizado; la de “El Mañana”, dejar de alimentar a ese pútrido monstruo que ha corrompido e intimidado, al parecer, hasta a las más altas esferas de la estructura social.
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- From México, D.F., Mexico
- Somos dos jóvenes mexicanos preocupados por la situación de nuestro país; buscamos un lugar para exponer nuestras opiniones y quejas para que otros jóvenes abran los ojos a la problemática que enfrentamos y unamos esfuerzos contra ella. Creemos que es posible un mejor país y el cambio generacional debe comenzar cuanto antes.
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